LA
MISERICORDIA
Los Profetas son testigos de
la misericordia continua de Dios con su pueblo. Oseas, el profeta del amor
singular de Dios con Israel, a pesar de la infidelidad de éste, que el profeta
expresa con la imagen del adulterio, transmite a los israelitas las siguientes
palabras de Dios: «Te desposaré conmigo en justicia y derecho, en amor
fiel y compasión (jesed y rajamín)» (Os
2,21). Y aunque el pueblo apostata una y otra vez, mereciendo la destrucción,
Dios exclama: «Mi corazón se revuelve dentro de mí y al mismo tiempo se
conmueven mis entrañas. No daré curso al furor de mi cólera... porque soy Dios,
no hombre; el Santo en medio de ti» (Os 11,7-9). Dios manifiesta su santidad
con la misericordia. Esta pertenece a la esencia misma divina. Cristo citará el
texto de Oseas en que Dios declara que prefiere la misericordia a los
sacrificios (Os 6,6; Mt 9,12; 12,7). Isaías recomienda al inicuo que deje su
mal camino y Yahveh tendrá compasión de él, porque es grande en perdonar
(55,7). Y en Jeremías, Dios, intimando a la conversión exclama: «Vuélvete,
Israel... no estará airado mi semblante contra vosotros porque soy piadoso y no
guardo rencor para siempre» (3,12). A pesar de la predicación de los Profetas
los israelitas repitieron sus infidelidades, por lo que tuvieron que ser
arrojados al destierro babilónico. También allí tuvo misericordia de ellos y,
por medio de su «ungido» Ciro Os 45,1), los devuelve a su patria de
modo que pudieron continuar la historia del pueblo de Dios. Con razón canta el
salmista repetidamente a la misericordia de Dios, que proclama eterna, ante las
grandes obras de la creación y la providencia misericordiosa de Dios con su
pueblo escogido (Sal 135; 99,5). Por ello el pecador puede siempre esperar
misericordia de él (Sal 50).
Al final del Antiguo Testamento
va preparando el universalismo del Nuevo Testamento. La misericordia de Dios no
se limita al pueblo de Israel. Así lo proclamó Jonás en su libro. Ben Sirac
dice que «la misericordia del hombre sólo alcanza a su prójimo, la misericordia
de Dios se extiende a todo el mundo» (18,13). Y el autor de Sabiduría dice,
dirigiéndose a Dios: «Te compadeces de todos porque todo lo puedes y pasas por
alto los pecados de los hombres para que se arrepientan» (11,23).
En el Nuevo Testamento la misericordia de Dios en el Antiguo Testamento
desemboca en el amor más sorprendente y maravilloso: «Amó tanto Dios al mundo
que le dio a su Hijo Unigénito» (Jn 3,16). «Dios, rico en misericordia, por el
gran amor con que nos amó, estando muertos por nuestros delitos, nos vivificó
juntamente con Cristo; hemos sido salvados gratuitamente» (Ef 2,4s).
Ya el Evangelio de
la Infancia, que presenta la manifestación suprema del amor
misericordioso de Dios con los hombres, la Encarnación del hijo del Dios en las
entrañas de María, recuerda en el Magnificat y en el Benedictus la prometida
misericordia de Dios que se cumple en su plenitud en el Nt. El Magnificat celebra
el poder del Dios santo que se manifiesta en su misericordia con los que le
temen (temor reverencial, la piedad filial). Y concluye diciendo que Dios acoge
a Israel acordándose de la misericordia prometida a los descendientes de
Abraham, que tendrá su punto culminante en la intervención salvífica del que va
a nacer de María. El Benedictus es un canto a la misericordia
de Dios, prometida a los padres, que tendrá su esplendorosa manifestación con
la venida del Mesías: «Las entrañas de misericordia de nuestro Dios harán que
nos visite una luz de lo alto» (Lc 1,78). El Mesías es el Astro que trae la luz
(Núm 24,17; Mal 3,20; ls 60,1). Cuando Israel da a luz al Precursor, sus
parientes y vecinos se congratulan porque el Señor «le había hecho gran
misericordia» (Lc 1,58).
En su ministerio público,
Cristo profiere enseñanzas sobre la misericordia que clarifica por medio de
parábolas, y la pone de relieve con numerosas actitudes:
1. LAS ENSEÑANZAS DE
CRISTO
Hay en la predicación de
Jesús una serie de sentencias, algunas tajantes y lapidarias, con las que
instruye y exige la misericordia a sus discípulos.
1. «Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán
misericordia» (Mt 5,7). Bienaventuranza promulgada en el Sermón de la montaña, que
juntamente con las otras, presenta el nuevo estilo de vida que trae el Mesías.
No los pusilánimes sino los que, compadeciéndose de las necesidades de orden
espiritual o corporal, salen activamente a su encuentro. No bastan los meros
sentimientos interiores, son precisas actitudes prácticas en orden a solventar
la necesidad del prójimo. Proviene de la caridad hacia el prójimo y tiene que
tener por objeto todo prójimo, frente a la actitud de los rabinos que
establecieron el principio de que quedaba prohibido manifestar misericordia
frente al ignorante de la Ley. La enseñanza de Cristo tiene evidentemente valor
universal (cf Lc 10,29-37; Mt 25,31-46). Los que así obran alcanzarán
misericordia. El futuro pasivo eleethésontai hace alusión a la
misericordia final de Dios, no a favores humanos como respuesta a la práctica
de la caridad cristiana. El premio es el Reino, común a todas las
bienaventuranzas, con un matiz peculiar: la gran misericordia que nos ha traído
el Mesías con el perdón de nuestros pecados y la gracia santificante que nos
hace hijos de Dios y coherederos con Cristo del Reino.
2. «Sed misericordiosos como vuestro Padre es
misericordioso» (Lc 6,36). Al final de la declaración de los preceptos de la Ley, Cristo
concluye: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48).
En el lugar paralelo, Lc dice: «Sed misericordiosos como vuestro Padre
celestial es misericordioso» (6,36). La perfección que en Mt Cristo exige a sus
discípulos, consiste según Lc en la práctica de la misericordia a imitación del
Padre. La misericordia es exigencia fundamental del amor en el cual radical el
vínculo de la perfección (Col 3,4). Las obras de misericordia son la forma más
elevada de amor al prójimo, como revela la parábola del samaritano (Lc
10,29-37).
3. «Misericordia quiero y no sacrificio»
(Mt 9,13; 12,7). Frente a
las críticas de los fariseos porque se muestra misericordioso con los
publicanos y pecadores y va a comer con ellos, Cristo, citando a Os 6,6, les
declara que la misericordia tiene un valor superior a la práctica rigorista y
exterior que ellos defendían. «La frase, predilecta de Jesús en Mateo, canoniza
el primado del Amor cristiano contra cualquier ritualismo farisaizante...
Teniendo en cuenta la estructura hebraizante de la frase, podría traducirse
también por: «Prefiero la Misericordia al Sacrificio». Es decir: por encima del
que todos reconocen como supremo valor, Jesús proclama otro máximo: el
Amor hecho compasión para quienes la necesitan (cf Mt 25,34ss.).
Entre éstos están, en primera línea, los pecadores. Uno de los rasgos
característicos de la fisonomía espiritual de Jesús en San Mateo es la
«Misericordia» (I.GOMÁ CIvIT, El Evangelio según San Mateo 1,
Madrid 1966, 491).
4. «Lo más importante de la Ley: la justicia, la
misericordia y la fe» (Mt 23,23). Cristo acusa a los escribas y fariseos porque se preocupan
de los diezmos hasta de las plantas más insignificantes y descuidan las cosas
más importantes de la Ley, que son las que hay que practicar en primer lugar.
Cristo no excluye la fidelidad a las cosas pequeñas, pero hay que integrarlas
en la escala de valores en las que el amor y la misericordia tienen la
primacía.
II. LAS PARÁBOLAS
Procedimiento literario
frecuentemente utilizado por Jesús para ilustrar sus enseñanzas. Hay en Mateo
un conjunto de parábolas denominadas «Parábolas del Reino», que es tema
fundamental de este evangelista. Lucas, en cambio, presenta un conjunto
denominado «Parábolas de la misericordia», debido a que es uno de los temas
característicos de su evangelio.
1. La parábola del Hijo pródigo (Lc
15). Es la denominación
tradicional, pero, habida cuenta de su contenido principal, sería mejor
denominarla «la parábola del Padre misericordioso». La actitud del Padre con el
hijo pródigo, que simboliza al pecador que abandona la casa del Padre y se
entrega a los placeres terrenos, es realmente sorprendente. Apenas lo divisa a
lo lejos corre hacia él, no le reprocha su reprobable conducta, le prodiga las
más efusivas manifestaciones de cariño, lo reincorpora a la casa paterna y
celebra un espléndido banquete por su vuelta a casa. El amor misericordioso del
Padre desborda toda imaginación. Todo se debe a la iniciativa del Padre. Así es
mi Padre con el pecador, pudo concluir Jesús la parábola. «Padre misericordioso
y Dios de toda consolación» (1 Cor 1,3), dirá San Pablo.
2. La parábola del buen Samaritano (Lc 10,29-37). Pone de relieve la misericordia que hay
que tener con el prójimo, como exigencia del Reino. Está plasmada en la actitud
del samaritano con el herido a la vera del camino. Mientras que el sacerdote y
el levita pasan de lejos -no sabemos por qué motivos, tal vez por no
contaminarse tocando un cadáver camino del Templo, lo que les impedía el
ejercicio del culto; la crítica de Jesús, si la hay, sería contra tales
ridículas prescripciones de su religión- el samaritano tiene misericordia con
él: lo sube a su cabalgadura y lo lleva a la posada y encarga al posadero que
lo cuide, corriendo todos los gastos a su cuenta. A la pregunta del escriba
sobre quién tiene que ser objeto del amor («¿A quién tengo que amar como a mi
prójimo?»), Jesús le contesta preguntándole por el sujeto del amor: «¿Quién de
los tres se comportó como prójimo con el herido?». El escriba no podía tener
otra respuesta: «El que tuvo misericordia con él». Ante ella, Jesús le
recomienda: «Ve y haz tú lo mismo». Al tratarse de un «samaritano» (aborrecidos
por los judíos) la enseñanza de Cristo tiene un valor universalista; prójimo
con quien hay que practicar la misericordia es todo hombre, sin distinción de
raza o religión, incluso el enemigo.
3. La parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro (Lc
16,19-30). Se trata de un
rico entregado al disfrute de sus muchas riquezas y de un pobre que vive en
extrema necesidad que se ve sufre con paciencia. Aquél fue a parar al lugar de
tormento creado para los pecadores impenitentes y éste al seno de Abraham
morada de los justos del AT.; en la literatura judía se habla de la sed de los
condenados en el infierno y de una fuente en la morada de los justos (4Esd
8,59). Jesús utiliza la concepción del más allá de los judíos de su tiempo, sin
confirmarla ni desmentirla, para hacer asequible la enseñanza de la parábola:
la condena del rico Epulón por su entrega completa al disfrute de sus riquezas,
sin el más mínimo atisbo de misericordia para con el pobre Lázaro que yace
junto a su puerta clamando compasión. Junto a la advertencia del peligro que
para la salvación suponen las riquezas y recomendación del desprendimiento de
las mismas (tema caro a Lucas), hay en la parábola otra intencionalidad,
expresa o al menos derivada de ella: recriminación de la actitud inmisericorde
del rico frente al pobre. Y por lo mismo una recomendación de las obras de
misericordia para con él.
4. La parábola del siervo sin entrañas
(Mt 18,23-35). Ilustra
también, sobre un fondo negativo, la necesidad de la misericordia para con el
prójimo para poder obtenerla de Dios para sí. Un empleado que debía a su señor
una cantidad enorme, casi imposible de pagar, ante la orden de su señor de que
fuese vendido él, su mujer y sus hijos, y cuanto tenía, para que la pagase, le pide
que tenga paciencia con él y se la pagará. El señor, en un acto de
magnanimidad, tiene misericordia con él y le perdona toda la deuda. Pero este
siervo se encuentra con un compañero suyo que le debía una cantidad
inmensamente inferior a la que le fue a él perdonada, cien denarios (el
denario=salario de un día de trabajo en una viña, cf Mt 20,1-16) y amenazando
estrangularlo le reclama lo que le debe. Informado el señor de tan ingrata
actitud, lo llamó y le hizo la siguiente consideración: ¿No te perdoné yo a ti
toda tu deuda, porque me lo suplicaste? ¿No debías tú haberte compadecido de tu
compañero como yo me compadecí de ti? Y lo entregó a los verdugos hasta que
pagase toda la deuda. La parábola concluye: «Así hará con vosotros mi Padre
celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano» (v. 35). El
discípulo tiene que estar dispuesto a perdonar a su prójimo, consciente de ser
deudor de Dios con una deuda inmensamente mayor como lo es la que supone el
pecado cometido contra El.
5. El juicio final (Mt 25,31-46). El relato no es propiamente una parábola,
pero contiene elementos parabólicos y, como las precedentes, un díptico en
situaciones antitéticas, e incide en la enseñanza de las parábolas referidas.
Al final, en la consumación del tiempo, ante el juicio habrá dos clases de
personas: los que han sido hallados dignos de la salvación y los que han
merecido la reprobación. La causa que ha determinado la diversa situación es la
diferente actitud ante las personas necesitadas. Quienes practicaron la
misericordia con ellas (enfermos, hambrientos, encarcelados...) recibirán como
premio el Reino. Quienes omitieron las obras de misericordia con los
necesitados, negándoles el oportuno auxilio, irán al castigo eterno. Es
necesario haber practicado la misericordia para obtenerla a su vez por parte de
Dios. Como dice Santiago «tendrá un juicio sin misericordia quien no tuvo
misericordia» (2,13). No se dice de los «malditos» que el fuego eterno haya
sido preparado desde el principio, como se dice respecto del Reino que se
otorga a «los benditos». No hay predestinación respecto de la condenación. Esta
es debida a la falta de amor misericordioso con el prójimo.
III. LAS ACTITUDES DE
CRISTO
Aparece con varias clases de
personas, que precisaban de una actitud misericordiosa de Jesús, de orden
espiritual o de orden humano. Vamos a señalar tres clases de esas personas: los
pecadores, los enfermos o afligidos y las mujeres.
1. Con los Pecadores. Son las personas más necesitadas de la misericordia de
Jesús. Y pecadores somos todos. El Bautista presenta a Jesús como «el Cordero
que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29). «Dios ha permitido que todos seamos
rebeldes para tener misericordia de todos» (Rom 11,32). Siguiendo esta línea
del Bautista, Cristo comienza su predicación del Reino exhortando a la
conversión de los pecadores (Mt 4,17). Desde un principio aparece perdonando
los pecados: «Tus pecados te son perdonados» dice al paralítico al ver la fe de
quienes lo llevaban en una camilla (Mc 2,1-12). Muy pronto llama a formar parte
del colegio apostólico a un publicano (Mateo-Levo y asiste al banquete que éste
ofrece en el que participa con pecadores y publicanos. A quienes critican tal
actitud responde que son éstos los que más precisan de la misericordia y
les advierte, con las ya citadas palabras de Os 6,6, que prefiere la
misericordia a los sacrificios (Mc 2,17 y lug. par.). Tal actitud le originó la
denominación de «Amigo de publicanos y pecadores» (Lc 7,34). Tuvo misericordia
con Zaqueo, en cuya casa se hospeda. A quienes se lo critican responde que él
ha venido a buscar lo que estaba perdido (Lc 19,1-10). Le disgusta la
incredulidad de los habitantes de Corazaín y Betsaida, a pesar de los milagros
realizados en ellas, que imposibilitan con ellas su misericordia y su perdón
(Mt 11,20-24; Lc 10,13-15).
Y perdona de corazón -una de
las actitudes que mejor pone de relieve la bondad y misericordia de Jesús- a la
mujer pecadora (Lc 7,36), a Pedro que le niega en la noche de la Pasión (Lc
22,61), a los verdugos que le crucifican (Lc 22,34), al buen ladrón que implora
misericordia (Lc 23,42s). Y enseña que hay que perdonar siempre (Mt 18,21s; Lc
17,3b.4). Y Lucas, el evangelista de la bondad y misericordia de Jesús,
concluye su evangelio con el envió de Cristo a sus discípulos a predicar «la
conversión para el perdón de los pecados a todas las naciones» (24,47).
2. Con los enfermos y afligidos. También éstos fueron objeto de la misericordia de Jesús. Al
principio de su ministerio proclama que viene a liberar a los cautivos, dar la
vista a los ciegos, liberar a los oprimidos, proclamar un año de gracia del
Señor (Lc 4,18s). Ya desde el principio se dice que realizó numerosas
curaciones (Mc 1,32-34 y lug.par.). Y a lo largo del evangelio (Mc 6,55s; Mt
9,55s; 14,34-36; 15,30s; 1c 9,6). Los evangelistas describen un buen número,
sin duda por la significación peculiar que entraña cada uno de ellos. Tienen un
interés especial los realizados en sábado porque ponen de relieve que la
caridad y la misericordia están por encima de las prescripciones judaicas (Mc
3,1-6 y lug. par.; Lc 13,11-17; 14,1-6). Los rabinos de Israel esperaban que el
Mesías curaría las enfermedades: «En el mundo a venir (tiempos mesiánicos)
cuantos padecen alguna enfermedad serán curados; únicamente la serpiente no lo
será, pero los hombres lo serán, como ha dicho Isaías» (Midrash
Tanchuna).
Mt 8,17 aplica a Cristo el
anuncio de Is 53,4: «El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras
enfermedades». Cita de cumplimiento de 1 Pe 2,24 interpreta de los pecados
(sentido espiritual). Mateo, que cita después de un trío de curaciones, la
refiere a las enfermedades (sentida material), consecuencias del pecado. Ante
la embajada del Bautista a preguntar a Jesús si él era el Mesías, realiza
varias curaciones y responde: «Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos
ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los
muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva» (Mt 11,4s). Tal
manifestación de bondad y misericordia era el cumplimiento de (Is 26,19;
29,18s; 35,5s; 42,7.18; 61,1). En él se cumplen las profecías mesiánicas. Él es
el Mesías anunciado en el AT.
Lucas, el evangelista de la
bondad y misericordia de Jesús, «scriba mansuetudinis Christi» (DANTE, De
monarchia 1,16), es el que pone más de relieve esa bondad y
misericordia en relatos exclusivos suyos: la resurrección del hijo de la viuda
de Naín (7,11-17), la curación de la mujer encorvada (13,11-17), la curación
del hidrópico en sábado (14,1-6) y la curación de diez leprosos (17,11-19).
(-->Lucas). Lucas tiene una bienaventuranza para los afligidos (6,21), es
decir, para cuantos sufren una aflicción de cualquier género que sea y les
promete la alegría que los justos sienten ya en esta vida y que será plena en
el Reino. Advirtamos que el amor y la misericordia de Cristo no se queda en la
curación material. Las curaciones por él obradas eran signo de la instauración
del Reino y anticipo de la liberación plena que tendrá lugar al final de los
tiempos.
3. Con las Mujeres. Para valorar la actitud de Jesús con las mujeres habría que
tener en cuenta el lugar que éstas ocupaban en la antigüedad, tanto griega como
judía. Por lo que a los judíos del tiempo de Jesús se refiere, basta
recordar el dicho del Talmud: «Maldito sea el hombre cuya mujer e hijos
dan gracias por él», y la acción de gracias de la plegaria cotidiana de los
judíos: «Bendito sea Dios porque no me ha creado gentil, porque no me ha creado
mujer, porque no me ha creado ignorante». El nacimiento de un varón producía
contento, el de una niña tristeza. Pues bien, en los relatos evangélicos no
aparece por parte de Jesús tal actitud negativa respecto de la mujer. Más aún,
«la consideración de la mujer como persona humana es un componente esencial de
la buena nueva de Jesús» (Leonar Swidler). Ante la consideración como mero
objeto, reflejada en la actitud de Simón, Cristo acoge a la mujer pecadora,
elogia su actitud humana y espiritual, se dirige a ella en público y le asegura
el perdón (Lc 7,36-50). Frente al trato despiadado y vejatorio que dan los
acusadores a la mujer adultera, deja patente su condición de persona humana por
encima de su condición de pecadora y se abstiene de toda condena (Jn 8,2-11).
Ante la acción de la hemorroísa, que quiere pasar desapercibida debido a su
estado de impureza legal, Cristo hace todo un despliegue publicitario, curando
a la mujer, rechazando el tabú de la sangre y reincorporándola a su dignidad
humana (Mc 5,25-34). Similar actitud observa con la samaritana; jamás a un
rabino se le habría ocurrido hablar así con una mujer y menos samaritana, dada
la aversión que los judíos sentían hacia los samaritanos. Jesús habla con ella
con toda naturalidad y deja entrever que reconoce su plena dignidad humana, sin
discriminación alguna entre hombre y mujer (Jn 4,5-30). Y respecto del
matrimonio Cristo rechaza la poligamia y el libelo de repudio, discriminatorios
para la mujer (Mc 10,1-12; Mt 19,1-10). Hombres y mujeres tienen los mismos
derechos y responsabilidades. Cristo consagra la dignidad de la mujer. Podemos concluir
con Leonar Swidler: «Es evidente que Jesús promovió con todas sus fuerzas la
dignidad y la igualdad de la mujer en medio de una sociedad dominada por el
hombre. Jesús fue un «feminista» y lo fue de manera radical» (Selecciones de
Teología, Jesús y la dignidad de la mujer: 11 (1972) 125).
Pero Cristo no sólo
reconoció y declaró la dignidad humana de la mujer que le corresponde en
justicia, sino que las admitió en su compañía durante su ministerio público (Lc
8,31-3; Mt 27,55). Y ellas le acompañan hasta el sepulcro; para ellas fueron
las primeras apariciones del Resucitado y reciben de él el encargo de comunicar
a los discípulos que ha resucitado (Mc 16,9s; Mt 28,8-10; Jn 20,8-18).
Lucas fue el evangelista más
sensible a la actitud de Cristo con las mujeres. Es el que más relatos refiere
a este propósito, a quienes, como Cristo, siempre deja en buen lugar. Sin duda
fue esa delicada sensibilidad la que le lleva a omitir relatos de los otros
evangelistas en los que no quedaban en buen lugar, como la actuación de la hija
de Herodes en el banquete que éste ofreció a sus magnates y ocasionó la muerte
del Bautista (Mc 6,17-29; Mt 14,3-12) y el de la madre de los hijos del Zebedeo
que pide para sus hijos los primeros puestos en el Reino (Mt 20,20-23). Llega hasta
omitir el relato de la curación de la hija de la mujer siro-fenicia, que le
hubiera venido muy bien para el universalismo característico de su evangelio,
porque, en una actitud pedagógica, Cristo parece en un principio adoptar una
actitud despectiva (Mc 7,27).
A los numerosos casos
incluidos en la referencia a esas tres clases de personas, añadamos tres
significativos: El ciego de Jericó clama repetidamente: «Hijo de David, ten
compasión de mí»; y Cristo, que se deja invocar con un título mesiánico, le
responde: «Tu fe te ha salvado» (Mc 10,46-52). El mismo siente compasión con
las turbas que le siguen porque están como ovejas sin pastor y porque
habiéndole seguido durante tres días ya no tenían qué comer y podían
desfallecer en el camino de retorno a sus casas. Entonces les imparte su
enseñanza (Mc 6,34) y les proporciona alimento multiplicando los panes y los
peces (Mc 8,2-9). Significativo es también el que ante el ofrecimiento del
curado endemoniado de Gerasa a seguirle, le responde: «Vete a tu casa con los
tuyos y refiéreles lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión
de ti» (Mc 5,19).
Una observación final
importante. El ejercicio de la misericordia para con el prójimo es condición
indispensable para obtener la misericordia de Dios. Así aparece sobre todo en
el Padre Nuestro y en la advertencia tajante que le sigue: «Si vosotros no
perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas» (Mt
6,15; Mc 11,25). En la recomendación: «Si al presentar tu ofrenda ante el altar
te acuerdas entonces de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda
allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego
vuelves y presentas tu ofrenda» (Mt 5,23s). Y sobre todo en la parábola del
siervo sin entrañas (Mt 18,35) y en la presentación catequética del juicio
final (Mt 18,35).