Meditación de la palabra de Dios para esta semana XIX del Tiempo Ordinario

Lunes: 

Lectura de la profecía de Ezequiel 1, 2-5. 24-28c
El año quinto de la deportación del rey Joaquín, el día cinco del mes cuarto, vino la palabra del Señor a Ezequiel, hijo de Buzi, sacerdote, en tierra de los caldeos, a orillas del río Quebar.
Entonces se apoyó sobre mí la mano del Señor, y vi que venía del norte un viento huracanado, una gran nube y un zigzagueo de relámpagos. Nube nimbada de resplandor, y, entre el relampagueo, como el brillo del electro.
En medio de éstos aparecía la figura de cuatro seres vivientes; tenían forma humana.
Y oí el rumor de sus alas, como estruendo de aguas caudalosas, como la voz del Todopoderoso, cuando caminaban; griterío de multitudes, como estruendo de tropas; cuando se detenían, abatían las alas. También se oyó un estruendo sobre la plataforma que estaba encima de sus cabezas; cuando se detenían, abatían las alas.
Y por encima de la plataforma, que estaba sobre sus cabezas, había una especie de zafiro en forma de trono; sobre esta especie de trono sobresalía una figura que parecía un hombre. Y vi un brillo como de electro (algo así como fuego lo enmarcaba) de lo que parecía su cintura para arriba, y de lo que parecía su cintura para abajo vi algo así como fuego. Estaba nimbado de resplandor. El resplandor que lo nimbaba era como el arco que aparece en las nubes cuando llueve.
Era la apariencia visible de la gloria del Señor.
Al contemplarla, caí rostro en tierra.


Salmo responsorial: Salmo 148, 1-2. 11-12ab. 12c-14a.
R. Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
Alabad al Señor en el cielo,
alabad al Señor en lo alto.
Alabadlo, todos sus ángeles;
alabadlo, todos sus ejércitos. R.
Reyes y pueblos del orbe,
príncipes y jefes del mundo,
los jóvenes y también las doncellas,
los viejos junto con los niños. R.
Alaben el nombre del Señor,
el único nombre sublime.
Su majestad sobre el cielo y la tierra. R.
El acrece el vigor de su pueblo.
Alabanza de todos sus fieles,
de Israel, su pueblo escogido. R.

 Lectura del santo evangelio según san Mateo 17, 22-27
En aquel tiempo, mientras Jesús y los discípulos recorrían juntos la Galilea, les dijo Jesús:
—«Al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres, lo matarán, pero resucitará al tercer día».
Ellos se pusieron muy tristes.
Cuando llegaron a Cafarnaún, los que cobraban el impuesto de las dos dracmas se acercaron a Pedro y le preguntaron:
—«¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas?».
Contestó:
—«Sí».
Cuando llegó a casa, Jesús se adelantó a preguntarle:
—«¿Qué te parece, Simón? Los reyes del mundo, ¿a quién le cobran impuestos y tasas, a sus hijos o a los extraños?».
Contestó:
—«A los extraños».
Jesús le dijo:
—«Entonces, los hijos están exentos. Sin embargo, para no escandalizarlos, ve al lago, echa el anzuelo, coge el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda de plata. Cógela y págales por mí y por ti».

Reflexión: 

Cabe señalar que, el profeta  nos recuerda cómo Dios  muestra su majestad  y por ello, es de  inducirnos a su gracia  y su salvación, entonces, podemos entender que las  maravillas del Señor se ve reflejadas en su obrar  que quiere que seamos  mejores  personas.

Con esto descubrimos el salmo la magnificencia de todo el obrar del Señor  y así ver las obras de sus manos es vital, por ello, es de destacar  que  Dios  hace  maravillas  y por tanto, debemos alabar su obra creadora. 


Ahora bien, el evangelio nos recuerda la predilección que Dios tiene para con cada uno de nosotros, no obstante es llamado a ser santos  y que así como nuestro deber es ser buenos cristianos, también tenemos que ser buenos ciudadanos, en el ámbito de contribuir en el bien social de la comunidad, es decir, darde Dios  lo que tenemos  y  manifestarle al hombre lo que es dél .




Martes: 

Lectura de la profecía de Ezequiel 2, 8—3, 4

Así dice el Señor:
—«Tú, hijo de Adán, oye lo que te digo: ¡No seas rebelde, como la casa rebelde! Abre la boca y come lo que te doy».
Vi entonces una mano extendida hacia mí, con un documento enrollado. Lo desenrolló ante mí: estaba escrito en el anverso y en el reverso; tenía escritas elegías, lamentos y ayes.
Y me dijo:
—«Hijo de Adán, come lo que tienes ahí, cómete este volumen y vete a hablar a la casa de Israel».
Abrí la boca y me dio a comer el volumen, diciéndome:
—«Hijo de Adán, alimenta tu vientre y sacia tus entrañas con este volumen que te doy».
Lo comí, y me supo en la boca dulce como la miel.
Y me dijo:
—«Hijo de Adán, anda, vete a la casa de Israel y diles mis palabras».

Salmo responsorial: Salmo 118, 14. 24. 72. 103. 111. 131 (R.: 103a)
R. ¡Qué dulce al paladar tu promesa, Señor!
Mi alegría es el camino de tus preceptos,
más que todas las riquezas. R.
Tus preceptos son mi delicia,
tus decretos son mis consejeros. R.
Más estimo yo los preceptos de tu boca
que miles de monedas de oro y plata. R.
¡Qué dulce al paladar tu promesa:
más que miel en la boca! R.
Tus preceptos son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón. R.
Abro la boca y respiro,
ansiando tus mandamientos. R.


 Lectura del santo evangelio según san Mateo 18, 1-5. 10. 12-14

En aquel momento, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
—«¿Quién es el más importante en el reino de los cielos?».
Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo:
—«Os aseguro que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí.
Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial.
¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en el monte y va en busca de la perdida? Y si la encuentra, os aseguro que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado.
Lo mismo vuestro Padre del cielo: no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños».

Reflexión: 

Dado que, Dios elige a personas de su pueblo para que lleven su mensaje salvífico, surge  la preocupación del Señor  por su pueblo, por ello, prepara a su enviado y lo motiva a  llevar su palabra a aquellos que  la  necesitan. 

Por su lado, el salmo nos recuerda  la  importancia de escucha el mensaje de Dios  y cómo éste debe hacer eco en nuestra vida, por ello, es vital, reconocer que el Señor siempre busca  la salvación de su pueblo.


El evangelio nos  motiva a volver a  la  pureza de corazón, pues el Señor  nos  dice que su palabra  nos  hace ver como el volver a  la inocencia de  la  gracia , podemos alcanzar su  salvación , por ello , también nos recuerda  la  parábola de oveja  perdida en la cual el pastor va en pos de ella, para que  por su voz ésta reciba su salvación. 


Miércoles: 
San Lorenzo, Diácono y Mártir

Su nombre significa: "coronado de laurel".
Los datos acerca de este santo los ha narrado San Ambrosio, San Agustín y el poeta Prudencio.
Lorenzo era uno de los siete diáconos de Roma, o sea uno de los siete hombres de confianza del Sumo Pontífice. Su oficio era de gran responsabilidad, pues estaba encargado de distribuir las ayudas a los pobres.

En el año 257 el emperador Valeriano publicó un decreto de persecución en el cual ordenaba que todo el que se declarara cristiano sería condenado a muerte. El 6 de agosto el Papa San Sixto estaba celebrando la santa Misa en un cementerio de Roma cuando fue asesinado junto con cuatro de sus diáconos por la policía del emperador. Cuatro días después fue martirizado su diácono San Lorenzo.
La antigua tradición dice que cuando Lorenzo vio que la Sumo Pontífice lo iban a matar le dijo: "Padre mío, ¿te vas sin llevarte a tu diácono?" y San Sixto le respondió: "Hijo mío, dentro de pocos días me seguirás". Lorenzo se alegró mucho al saber que pronto iría a gozar de la gloria de Dios.
Entonces Lorenzo viendo que el peligro llegaba, recogió todos los dineros y demás bienes que la Iglesia tenía en Roma y los repartió entre los pobres. Y vendió los cálices de oro, copones y candeleros valiosos, y el dinero lo dio a las gentes más necesitadas.

El alcalde de Roma, que era un pagano muy amigo de conseguir dinero, llamó a Lorenzo y le dijo: "Me han dicho que los cristianos emplean cálices y patenas de oro en sus sacrificios, y que en sus celebraciones tienen candeleros muy valiosos. Vaya, recoja todos los tesoros de la Iglesia y me los trae, porque el emperador necesita dinero para costear una guerra que va a empezar".

Lorenzo le pidió que le diera tres días de plazo para reunir todos los tesoros de la Iglesia, y en esos días fue invitando a todos los pobres, lisiados, mendigos, huérfanos, viudas, ancianos, mutilados, ciegos y leprosos que él ayudaba con sus limosnas. Y al tercer día los hizo formar en filas, y mandó llamar al alcalde diciéndole: "Ya tengo reunidos todos los tesoros de la iglesia. Le aseguro que son más valiosos que los que posee el emperador".

Llegó el alcalde muy contento pensando llenarse de oro y plata y al ver semejante colección de miseria y enfermedad se disgustó enormemente, pero Lorenzo le dijo: "¿por qué se disgusta? ¡Estos son los tesoros más apreciados de la iglesia de Cristo!"

El alcalde lleno de rabia le dijo: "Pues ahora lo mando matar, pero no crea que va a morir instantáneamente. Lo haré morir poco a poco para que padezca todo lo que nunca se había imaginado. Ya que tiene tantos deseos de ser mártir, lo martirizaré horriblemente".

Y encendieron una parrilla de hierro y ahí acostaron al diácono Lorenzo. San Agustín dice que el gran deseo que el mártir tenía de ir junto a Cristo le hacía no darle importancia a los dolores de esa tortura.

Los cristianos vieron el rostro del mártir rodeado de un esplendor hermosísimo y sintieron un aroma muy agradable mientras lo quemaban. Los paganos ni veían ni sentían nada de eso.

Después de un rato de estarse quemando en la parrilla ardiendo el mártir dijo al juez: "Ya estoy asado por un lado. Ahora que me vuelvan hacia el otro lado para quedar asado por completo". El verdugo mandó que lo voltearan y así se quemó por completo. Cuando sintió que ya estaba completamente asado exclamó: "La carne ya está lista, pueden comer". Y con una tranquilidad que nadie había imaginado rezó por la conversión de Roma y la difusión de la religión de Cristo en todo el mundo, y exhaló su último suspiro. Era el 10 de agosto del año 258.

El poeta Prudencio dice que el martirio de San Lorenzo sirvió mucho para la conversión de Roma porque la vista del valor y constancia de este gran hombre convirtió a varios senadores y desde ese día la idolatría empezó a disminuir en la ciudad.

San Agustín afirma que Dios obró muchos milagros en Roma en favor de los que se encomendaban a San Lorenzo.

El santo padre mandó construirle una hermosa Basílica en Roma, siendo la Basílica de San Lorenzo la quinta en importancia en la Ciudad Eterna.


-"<¿A donde vas, oh padre, sin tu hijo? ¿A donde, oh sacerdote, sin tu diácono?".
-"Hijo mío, respondió el Pontífice, no creas que te abandono. Mayores son los combates que a ti te aguardan. No llores; la separación será solo de tres días".

Este fiel servidor y diacono amante era San Lorenzo, que había nacido en Huesca y ahora formaba parte de los siete diáconos que la Iglesia de Roma había elegido entre los prohombres de la ciudad cristiana para encargarse de la asistencia a los pobres. Lorenzo era la persona de confianza del Papa Sixto y el que mas influía en la cristiandad después de el.

San Lorenzo es, sin duda, uno de los mártires más famosos de la antigüedad y uno de los que mejor se conocen los detalles de su martirio. Es desconocida su vida en muchos de los detalles de su juventud, pero a cambio conocemos interesantes pormenores de su martirio. Los historiadores y artistas nos han legado unas paginas emocionantes de sus últimos años que son el broche de oro de aquella que hubo de ser maravillosa vida entregada al amor de Jesucristo y de su Iglesia manifestada en sus hermanos los cristianos.

España ya había sido generosa en su amor a Jesucristo, pues ya en varias partes de la Península valientes cristianos habían derramado su sangre por confesar valientemente su fe. Ahora le tocaría la suerte a este español pero en suelo romano. ¿Cómo había llegado hasta Roma Lorenzo y había escalado el puesto mas elevado y de mayor confianza del Romano Pontífice? Aurelio Prudencio, en su cántico a los mártires, Peristephanon, Las coronas, canta así la vida sencilla y por otra parte sublime de Lorenzo: "Era el primero de los siete varones que se agrupaban junto al ara; grande en el grado levítico y más noble que sus compañeros. El tenía las llaves de las cosas sagradas; presidía el arcano de la clase celeste, y gobernando como fiel custodio, dispensaba las riquezas de Dios".

Él era llamado sencillamente "el Diacono del Papa".

La situación de Roma en estos días era caótica. San Cipriano dice: "En Roma los prefectos se ocupan diariamente en la persecución, condenando a muerte a los que son conducidos delante de ellos y apoderándose de sus bienes".

Los paganos creían que los cristianos eran muy ricos y solo ansiaban apoderarse de sus riquezas. Tertuliano decía con su característica dureza: "El dinero que a vosotros los paganos os divide, es para nosotros los cristianos un lazo de unión. Como estamos unidos con toda la sinceridad del alma, no vacilamos en poner nuestras bolsas a disposición de todos".

Pocas horas después del martirio de su Obispo San Sixto, cogieron preso a Lorenzo para ver si podían sacarle las supuestas riquezas de la Iglesia. El Prefecto Cornelio Secularis le dice: "Quiero que me presentes lo que tu debieras darme espontáneamente: El pueblo, el fisco, pide vuestras riquezas, que he oído que son inmensas". "Si, somos inmensamente ricos, le dice Lorenzo. Yo te prometo entregarte todo para el Imperio. Ven mañana y lo tendrás". Mientras, hace presentarse a los pobres, enfermos, lisiados, etc... en una explanada. Le llama y le dice: "Estos son nuestros tesoros. Tomadlos". Y enfurecido el Prefecto le dice: "Pagaras esta burla como te mereces". Y mando que preparasen un horno encendido y que fuera asado en el como un animal. Y el valiente confesor de Jesucristo le dice: "Ya estoy asado por esta parte, dadme la vuelta y comed".

Momentos antes de su martirio había pronosticado: "Veo un Príncipe futuro que cerrara los templos paganos"... Uno años después era una realidad la paz y libertad para la Iglesia. La sangre de Lorenzo y de tantos otros mártires no habla sido infecunda.

Era San Lorenzo uno de los siete diáconos de la Iglesia de Roma, cargo que gran responsabilidad, ya que consistía en el cuidado de los bienes de la Iglesia y la distribución de limosnas a los pobres. El año 257, el emperador Valeriano publicó el edicto de persecución contra los cristianos y, al año siguiente, fue arrestado y decapitado el Papa san Sixto II, San Lorenzo le siguió en el martirio cuatro días después. Según las tradiciones cuando el Papa San Sixto se dirigía al sitio de la ejecución, San Lorenzo iba junto a él y lloraba. ¿”Adónde vas sin tu diácono, padre mío? ", le preguntaba. El Pontífice respondió: "No pienses que te abandono, hijo mío, pues dentro de tres días me seguirás".

San Agustín dice que el gran deseo que tenía San Lorenzo de unirse a Cristo, le hizo olvidar las exigencias de la totura. También afirma que Dios obró muchos milagros en Roma por intercesión de San Lorenzo. Este santo ha sido, desde el siglo IV, uno de los mártires más venerados y su nombre aparece en el canon de la misa. Fue sepultado en el cementerio de Ciriaca, en Agro Verano, sobre la Vía Tiburtina. Constantino erigió la primera capilla en el sitio que ocupa actualmente la iglesia de San Lorenzo extra muros, que es la quinta basílica patriarcal de Roma.


Los datos acerca de nuestro santo nos llegan de la mano de los padres de la Iglesia San Agustín y San Ambrosio:

Lorenzo era uno de los siete diáconos de Roma, uno de los siete hombres de confianza del Papa Sixto II, quien le nombró administrador de los bienes de la Iglesia y distribución de las ayudas a los pobres y necesitados. 

Corría el año 258; el emperador romano Valeriano publicó un decreto en el cual ordenaba la persecución de los cristianos condenándolos a muerte.

El seis de agosto el Papa Sixto II cuando celebraba misa en un cementerio de Roma fue asesinado junto a cuatro de sus diáconos por las huestes del emperador. Cuatro días después fue asesinado el diácono Lorenzo.

Nota a destacar es la salida que da a la importunación con que le molestaban y asediaban para que entregara los bienes y tesoros de la Iglesia. Pidió tres días de tiempo para poderlos recoger; y tras ellos reunió a un gran número de pobres, huérfanos y necesitados; y los presentó al tirano como depositarios de dichos bienes.

Fue brutalmente torturado y asado en una parrilla y según cuenta la tradición en medio del martirio dirigiéndose a sus verdugos les dijo: "Podéis darme la vuelta, que por este lado ya estoy asado." 

Como mártir que fue, la iconografía representa su imagen con una palma en la mano y también aparece una parrilla, instrumento propio de su martirio. ..

Que San Lorenzo fuera español, no parece que haya duda, después de los muchos trabajos aparecidos para probarlo. También parece cierto que nació en Huesca y que fueron sus padres Orencio y Prudencia. Por este motivo es también patrón de esta ciudad. 

El Poeta Prudencio dice que el martirio de San Lorenzo sirvió de mucho para la conversión de Roma porque a la vista del valor y tenacidad de este gran hombre hizo que se convirtieran varios senadores y desde ese día la idolatría empezó a disminuir en la ciudad.

Afirma San Agustín que Dios obró muchos milagros en Roma en favor de los que se encomendaban a nuestro santo. También dice que el gran deseo que tenía San Lorenzo de unirse a Cristo, le hizo olvidar las exigencias de la tortura. Este santo ha sido, desde el siglo IV, uno de los mártires más venerados y su nombre aparece en el canon de la misa. Fue sepultado en el cementerio de Ciriaca, en Agro Verano, sobre la Vía Tiburtina. 

El Papa mandó construirle una gran basílica en la ciudad, siendo la Basílica de San Lorenzo la quinta en importancia en la Ciudad Eterna. Son muchas también las iglesias y catedrales en el mundo dedicadas a nuestro santo; y muchos los pueblos y ciudades que lo tienen como patrono.



Liturgia de  la palabra: 

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 9, 6-10

Hermanos:
El que siembra tacañamente, tacañamente cosechará; el que siembra generosamente, generosamente cosechará. Cada uno dé como haya decidido su conciencia: no a disgusto ni por compromiso; porque al que da de buena gana lo ama Dios. Tiene Dios poder para colmaros de toda clase de favores, de modo que, teniendo siempre lo suficiente, os sobre para obras buenas. Como dice la Escritura: «Reparte limosna a los pobres, su justicia es constante, sin falta».
El que proporciona semilla para sembrar y pan para comer os proporcionará y aumentará la semilla, y multiplicará la cosecha de vuestra justicia.


Salmo responsorial: Salmo 111, 1-2. 5-6. 7-8. 9 (R.: 5a)
R. Dichoso el que se apiada y presta.
Dichoso quien teme al Señor
y ama de corazón sus mandatos.
Su linaje será poderoso en la tierra,
la descendencia del justo será bendita. R.
Dichoso el que se apiada y presta,
y administra rectamente sus asuntos.
El justo jamás vacilará,
su recuerdo será perpetuo. R.
No temerá las malas noticias,
su corazón está firme en el Señor.
Su corazón está seguro, sin temor,
hasta que vea derrotados a sus enemigos. R.
Reparte limosna a los pobres;
su caridad es constante, sin falta,
y alzará la frente con dignidad. R.




Cruz Lectura del santo evangelio según san Juan 12, 24-26

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
—«Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará».


Reflexión: 


De uno u otro modo , la  palabra de Dios  nos  invita a dar  lo mejor de mí como persona, por eso el Apóstol San Pablo nos dice: " Quien siembra  tacañamente, tacañamente recibe  y quien siembra generosamente, generosamente recibe", es en alusión a  las  gracias que  hemos recibido de Dios, puesto que el Señor  nos brinda de dones  y carisma, es  por eso que el hagiógrafo nos motiva a dar de eso que hemos recibido, siendo generoso y bondadoso. 

En este  mismo orden de ideas el salmo 111, nos resalta la virtud de la  generosidad  y los frutos que esta trae para ser partícipes de la salvación de Dios, es decir,ser colmado con todo lo que hemos recibido del Señor  y sentir su misericordia al compartir. 


El evangelio , nos recuerda el sentido de dar todo por  los  hermanos, siendo generosos a ese llamado que hemos adquirido y por tanto, es una  manera de  motivarnos a ser generosos y así reafirmar  nuestra fe en Dios, dando por El y mis  hermanos  lo mejor que  hay de mi.



Jueves:

SANTA CLARA DE ASÍS (1193/94 - 1253)
Virgen, fundadora de las clarisas,
patrona de la televisión


Una lectura críticamente afinada de las fuentes biográficas y de los escritos de Clara de Asís, nos permite definir a grandes rasgos la personalidad de esta mujer, a quien los Ministros generales de la familia franciscana describían así, en su carta «Clara de Asís, mujer nueva», escrita con ocasión del octavo centenario del nacimiento de la Santa: «De personalidad fuerte, valerosa, creativa, fascinante, dotada de extraordinaria afectividad humana y materna, abierta a todo amor bueno y bello, tanto hacia Dios como hacia los hombres y hacia las demás criaturas. Persona madura, sensible a todo valor humano y divino, que está dispuesta a conquistarlo a cualquier precio» (5).

Añádase a ello su honda experiencia espiritual, su condición de fundadora -por la que ha dejado a la Iglesia la Orden de las Hermanas Pobres o clarisas, presente en los cinco continentes y formada en la actualidad por unas 18.000 hermanas- y que es la primera mujer en conseguir, tras una larga lucha, la aprobación pontificia de una Regla propia y el insólito «privilegio de la pobreza». Todo ello nos permite pensar que nos hallamos ante una mujer y Santa de talla excepcional.

Es verdad que históricamente Santa Clara ha quedado en segundo plano frente a la figura descollante de San Francisco de Asís -a quien ella reconoce como padre, «fundador y plantador» de su orden, y del que se considera a sí misma «pequeña planta» (Testamento, 48-49)-, y que a ello ha contribuido también la gran discreción y humildad de la Santa; «pero los otros -como decía Paul Sabatier- no han tenido con ella la debida consideración, tal vez por una inútil prudencia, o por cierta rivalidad entre las varias fundaciones franciscanas... Sin estas reticencias, Clara se encontraría entre las más grandes figuras femeninas de la historia» (P. Sabatier: Études inédites, París, 1932, 12).

INFANCIA Y PRIMERA JUVENTUD

 Clara nació en Asís, pequeña ciudad italiana de la Umbría, en el año 1193 ó 1194, en el seno de una de las familias de la nobleza ciudadana, del matrimonio Favarone de Offreduccio y Ortolana. El domicilio familiar, el espacio propio de la vida de la mujer de la aristocracia, se encontraba en el corazón de la ciudad: la plaza de la catedral de San Rufino.

De su educación humana y religiosa se hizo cargo su madre, una mujer fuerte que lograba integrar la gestión de la casa con sus peregrinaciones -una de las expresiones del resurgir religioso de los siglos XII y XIII- a Roma, Tierra Santa, Santiago de Compostela y diversos santuarios de Italia; que cuida personalmente la atención a los numerosos pobres existentes en una población de rápido crecimiento demográfico, por el gran flujo migratorio que surge del paso de los señores feudales a las ciudades libres, del campo a la ciudad. De su madre recibe Clara su espíritu emprendedor, su delicadeza y sensibilidad, su preocupación religiosa y por los pobres, y el gusto por la oración, ya en su juventud, como se desprende del testimonio de los testigos del Proceso de canonización de la Santa.

Las fuentes biográficas guardan silencio sobre todo lo que se refiere a la formación recibida en el hogar familiar o fuera de él. Cabe suponer que, dado su origen noble, su formación cultural iría más allá de lo que era habitual, especialmente para una mujer, cosa que parecen corroborar sus escritos, aunque es evidente la presencia en ellos de la mano de colaboradores. Es de suponer también que, según las costumbres de la época, fuera educada en las tareas de hilar y tejer, arte que cultivó especialmente la Santa en sus últimos años, cuando la enfermedad la mantuvo postrada, «confeccionando corporales para las iglesias del valle y de los montes de Asís» (Proceso 1,11). Y hay que pensar asimismo que recibiría una educación en las formas y la cultura cortesanas, y por ello en las gestas de los héroes y los santos, y que, llegada la edad oportuna, sería preparada para el matrimonio con algún otro miembro de la nobleza, y que, desde los ideales de la mujer-esposa, tratarían de inculcar en ella actitudes como el sometimiento, la prudencia, el silencio, la reserva y la humildad.

Siendo todavía niña, la guerra en Asís entre pueblo y burguesía contra la vieja nobleza feudal obligó a la familia de Clara a exiliarse, hacia 1201 ó 1202, en la vecina ciudad de Perusa, siendo ello ocasión para que el pueblo y la burguesía de Asís le declararan la guerra. El ejército asisiense fue derrotado en la batalla de Collestrada, y Francisco de Bernardone (Francisco de Asís) hecho prisionero, siendo liberado un año más tarde, después del pago de su rescate. Firmada la paz entre Asís y Perusa, la familia de Clara regresa a Asís, hacia 1205.

A su vuelta Clara hubo de hacerse poco a poco a su ciudad, que tanto había cambiado en los últimos años. En seguida comenzó a oír hablar de algo que iba a influir de manera decisiva en su vida: la conversión del joven Francisco, «el rey de la juventud de Asís», hijo del rico comerciante Pedro Bernardone, exponente significativo de la burguesía naciente: renunciando a su vida fácil, había comenzado una vida de penitencia, retiro y oración, conviviendo con los pobres y leprosos, a los que ayudaba generosamente con los bienes de su familia. Poco después de su llegada, la propia Clara oyó, y hasta tal vez fue testigo en la plaza donde se alzaba el domicilio familiar, de la renuncia de Francisco ante el obispo a todos los bienes e incluso a sus vestidos en manos de su padre.

Recluida en el hogar familiar, según era propio de las jóvenes de la aristocracia, Clara siguió siempre con un secreto interés los rumores populares sobre los pasos del joven convertido. A sus oídos llegó la noticia, que ella recuerda más tarde en su Testamento, de que restaurando la ermita de San Damián había dicho a los que por allí estaban: «Venid y ayudadme en la obra del monasterio de San Damián, porque en él vivirán unas señoras, con cuya famosa y santa vida religiosa será glorificado nuestro Padre celestial» (Testamento, 13-14). Supo también Clara que inmediatamente se habían unido a Francisco algunos otros jóvenes de la ciudad: unos, miembros de la vieja nobleza, otros, de la nueva burguesía, y otros, finalmente, gentes del campo, artesanos..., y que, conseguido del papa Inocencio III el reconocimiento oficial de su forma de vida y regla, se habían establecido en la ermita de Santa María de los Ángeles, actuando como predicadores pobrísimos itinerantes, predicando en iglesias y plazas, y viviendo del trabajo de sus manos y de la limosna.

De la vida de Clara en estas fechas da fe en el Proceso de canonización uno de los sirvientes de la casa paterna, quien dice que, «aunque la corte de su casa era una de las mayores de la ciudad y en ella se hacían grandes dispendios, los alimentos que le daban como en gran casa para comer, ella los reservaba y ocultaba, y luego los enviaba a los pobres... Y ella llevaba bajo los otros vestidos una áspera estameña de color blanco. Dijo también que ayunaba y permanecía en oración, y hacía otras obras piadosas, como él había visto» (Proceso 10,1-5). Entre los pobres a los que llega su solidaridad están también Francisco y sus primeros compañeros en Santa María de los Ángeles.

Entretanto, la familia de Clara pretende unirla en matrimonio «según su nobleza, con hombres grandes y poderosos. Pero la joven, que tendría entonces aproximadamente 18 años, no pudo ser convencida de ninguna manera, porque quería permanecer virgen y vivir en pobreza» (Proceso 19,2).

TRAS LOS PASOS DE FRANCISCO DE ASÍS

Clara quedó fuertemente impresionada por la «conversión» de Francisco, cuya forma de vida le interrogaba profundamente, y, poco a poco, durante unos cinco años, fue madurando en ella la idea de compartir su «forma de vida y pobreza». Con este fin se encontró en varias ocasiones con el Santo, haciéndolo a escondidas, dadas las lógicas resistencias del ambiente familiar y la necesidad de mantener a salvo la «buena fama» de una mujer de su clase. Clara le informó de su propósito, que Francisco alentó; por lo que, en la noche del Domingo de Ramos de 1212, después de haber vendido los bienes de su dote para el matrimonio y distribuido lo recabado entre los pobres [?], Clara se fugó de la casa paterna, y, en Santa María de los Ángeles, donde la esperaban Francisco y sus compañeros, el Santo aceptó su consagración a Dios.

Francisco la llevó seguidamente al monasterio benedictino de San Pablo de las Abadesas, en Bastia Umbra, uno de los más importantes y ricos de la comarca, con el fin de defenderla frente a la más que probable ira de la familia, y a la espera de clarificar cuál había de ser su forma de vida y su participación en la vida de su fraternidad. Conocedores de su paradero, los familiares -que, tal vez, hubieran podido aceptar de ella una opción por la vida monástica, pero que considerarían, sin lugar a dudas, una bajeza inaceptable su opción «franciscana»- quisieron sacarla por la fuerza del monasterio, cosa que no lograron tanto por la firmeza de Clara y el hecho de hacer constar su consagración a Dios, como por el derecho de asilo de que gozaba el monasterio.

Después de una breve estancia en San Pablo, Clara pasó a la comunidad de Santo Ángel de Panzo, a las puertas de Asís, donde un grupo de mujeres religiosas vivían vida común. Buscaba con ello una forma de vida más conforme a la que llevaban Francisco y sus hermanos. Estando en Santo Ángel se le unió su hermana Inés, Santa Inés de Asís, que, en las manos de Francisco, se consagró también a Dios. En breve se les unieron otras compañeras, y, según el testimonio de la Santa en su Testamento, todas ellas prometieron voluntariamente obediencia a Francisco (Testamento 24-25).

Pocas fechas más tarde Clara y sus primeras hermanas se establecieron en San Damián -por lo que se las conocerá en seguida como damianitas-, y recibieron de Francisco la «Forma vitae», con la que tenía lugar su plena incorporación a la fraternidad franciscana, después de sus tanteos monásticos y penitenciales. De ello da fe la propia Clara en su Regla, cuando dice: «Y considerando el bienaventurado padre [Francisco] que no temeríamos pobreza alguna, ni trabajo, ni tribulación, ni afrenta, ni desprecio del mundo, sino que, al contrario, todas estas cosas las tendríamos por grandes delicias, movido a piedad escribió para nosotras la forma de vida» (RCl 6,2-3), «con el propósito, sobre todo -añade la Santa en su testamento- de que perseveráramos siempre en la santa pobreza» (TestCl 33).

LA LARGA LUCHA POR «EL PRIVILEGIO DE LA POBREZA»

Aunque en los últimos decenios habían comenzado a surgir en Italia y otros lugares del mundo cristiano comunidades de mujeres religiosas con ideales más o menos similares a los de las hermanas de San Damián, la forma de vida de éstas chocaba con los modelos preexistentes y comúnmente aceptados de vida religiosa. Por esto, es más que probable que se vieran rodeadas durante algún tiempo de una cierta incomprensión general, así como de la actitud prudente y recelosa de la autoridad eclesiástica que, en el Concilio Lateranense IV (1215), prohibía nuevas formas y comunidades religiosas al margen de las reglas tradicionales, teniendo en el punto de mira, sobre todo, las nuevas comunidades religiosas femeninas, que no raras veces habían ido surgiendo sin una regla precisa y hasta sin el reconocimiento del obispo respectivo.

Como consecuencia de ello, Clara y sus hermanas se vieron obligadas a aceptar la Regla benedictina, poco acorde con la forma de vida y pobreza de San Damián. Pero la Santa no se resignó a ello, y para salvaguarda de la originalidad de su inspiración y de las peculiaridades de su vida religiosa en pobreza-minoridad, fraternidad y contemplación, solicitó y consiguió del papa Inocencio III, salvadas las lógicas resistencias, el insólito privilegio, llamado Privilegio de la pobreza, de poder vivir sin privilegios, sin rentas ni posesiones, siguiendo las huellas de Cristo pobre. Entretanto Francisco dejó totalmente en manos de Clara el gobierno de su comunidad, pasando a ser su abadesa, cargo que ella asumió, según escribe su primer biógrafo, «porque la obligó el bienaventurado Francisco» (Leyenda 12).

La decisión del Lateranense IV no fue óbice, sin embargo, para que algunos eclesiásticos siguieran alentando las nuevas comunidades religiosas femeninas, como es el caso del cardenal Hugolino, quien consiguió poner bajo la protección de la Santa Sede a algunas de estas comunidades, a las que ayudó para que consiguieran terrenos en los que construir sus casas-monasterios, y rentas con las que asegurar su vida. El mismo Hugolino redactó para ellas unas «Constituciones» como legislación propia al lado de la Regla benedictina, con las que se trataba de salvaguardar su inspiración, al tiempo que insistía en su opción de clausura. Aunque las diferencias existentes entre estas comunidades y la de San Damián eran claras, comenzando por el aspecto exterior del lugar donde habitaban Clara y sus hermanas -más parecido a los eremitorios de los hermanos de Francisco que a un sólido monasterio-, en 1219, estando Francisco en Oriente, el cardenal Hugolino puso a la comunidad de San Damián bajo las Constituciones por él elaboradas. Pero la Santa no se sintió a gusto con ellas, pues aunque en temas de pobreza podía hacerse fuerte con su Privilegio de la pobreza, no le bastaba esto para hacer valer la originalidad franciscana de su inspiración.

En el Proceso de canonización (6,6; 7,2) leemos un particular relativo a estas fechas, de excepcional importancia a la hora de entender la novedad del ideal de vida religiosa de Clara y sus hermanas: cuando se enteró del martirio de los primeros Hermanos Menores en Marruecos (año 1220, 16 de enero), expresó su deseo de ir allí para sufrir también ella el martirio en testimonio de la fe.

El 29 de noviembre de 1223, el papa Honorio III aprobaba, mediante bula, la Regla de Francisco para los Hermanos Menores, con lo que Clara comenzó a soñar con acogerse a ella, liberándose de la Regla benedictina y las Constituciones hugolinianas. Pero por el momento hubo de soportar la tensión de la espera, al tiempo que veía a Francisco aquejado por un sinnúmero de dolencias y, lo que para él y ella era peor, abatido y angustiado porque una parte de sus hermanos parecía haber olvidado la primitiva radicalidad evangélica de la pobreza y la humildad. En los primeros meses de 1225, antes de emprender viaje a Rieti en busca de cuidados médicos, el Santo quiso despedirse de las hermanas de San Damián. El agravarse de sus muchas dolencias le obligó a permanecer allí algunas semanas, circunstancia que ofreció a Clara la oportunidad de ayudar a Francisco a liberarse de las garras de la noche de su espíritu. «Por una de esas intuiciones, propias y frecuentes en las mujeres más entusiastas y más puras -escribe Paul Sabatier-, Clara había penetrado hasta el fondo en el corazón de Francisco, y se había sentido arrebatada por la misma pasión que él; lo fue hasta el fin de su vida. No sólo defendió a Francisco y su inspiración frente a los demás, lo defendió frente a él mismo. En esas horas sombrías del desaliento, que turban tan profundamente las almas más bellas, y esterilizan los más grandes esfuerzos, Clara se encontró a su lado para mostrarle el camino seguro» (P. Sabatier, Francisco de Asís, Barcelona, 1986, 154). Y recobrada la paz de su espíritu, Francisco, hecho físicamente todo él una llaga y casi ciego, compuso entonces la primera parte del Cántico de las criaturas y su Exhortación cantada para Clara y sus hermanas, invitándolas a perseverar, con gozo y alegría, en su forma de vida y pobreza.

En la tarde del 3 de octubre de 1226, moría Francisco en Santa María de los Ángeles. Al día siguiente tuvo lugar el traslado de su cuerpo a la iglesia de San Jorge. A su paso por San Damián, Clara y sus hermanas pudieron darle su último adiós. La muerte del «padre Francisco», a quien Clara había considerado siempre su «columna», su «único consuelo después de Dios» y su «apoyo» (TestCl 38), supuso para ella un gran vacío; pero lejos de alejarla de su propósito, avivó en ella el fuego de la fidelidad al camino evangélico franciscano.



LA PRIMERA MUJER FUNDADORA, 
AUTORA DE UNA REGLA

El 16 de julio de 1228, el cardenal Hugolino, ahora papa Gregorio IX, presidió en Asís la ceremonia de canonización de San Francisco, aprovechando la ocasión para visitar a Clara, a quien profesaba una profunda estima. Quiso urgirla para que aceptara propiedades con las que asegurar la vida del monasterio; pero «Clara se le resistió con ánimo esforzado y de ningún modo accedió. Y cuando el pontífice le responde: "Si temes por el voto, nos te desligamos del voto". Le dice ella: "Santísimo padre, a ningún precio deseo ser dispensada del seguimiento indeclinable de Cristo"» (Leyenda 14). Y la Santa consiguió arrancar entonces del Papa la confirmación del privilegio de la pobreza, que más tarde extendió a otros de los monasterios surgidos según el modelo y la inspiración de San Damián.

En los años siguientes, Clara tuvo que asumir una cierta soledad en su lucha, agudizada por el sufrimiento de ver divididos a los Hermanos Menores en la interpretación de los ideales de Francisco, que, en la complementariedad de su vocación, eran también los suyos. Pero la fe de Clara y su amor inquebrantable a la herencia de Francisco hizo que San Damián se convirtiera en el santuario de la fidelidad a los orígenes franciscanos, y Clara en la mejor intérprete del franciscanismo.

La enfermedad apareció en seguida en el horizonte de la Santa, y se hizo su compañera de camino en medio de la monotonía de lo cotidiano, rota ocasionalmente por algún que otro suceso excepcional, como el ingreso en San Damián, hacia 1229, de Beatriz, la hermana pequeña de Clara, y, poco después, de su madre Ortolana; o el asalto a San Damián, en 1240, de las tropas sarracenas, pagadas por el emperador Federico II, que pretendía imponer su autoridad en Asís: Clara «manda, pese a estar enferma, que la conduzcan a la puerta y la coloquen frente a los enemigos, llevando ante sí la caja de plata donde se guardaba con suma devoción el Cuerpo del santo de los santos... Y de inmediato los enemigos se escaparon deprisa por los muros que habían escalado» (Leyenda 22). Al año siguiente, un nuevo suceso bélico vino a turbar la paz de San Damián: Asís era asediado por Vital de Aversa, al frente de las tropas imperiales; y la ciudad se vio liberada del asedio por la oración de Clara y sus hermanas.

Imperturbablemente fiel, con el ardor del enamorado, a su forma de vida evangélica y pobreza, tras las huellas de Cristo Siervo, Clara siguió anhelando poder acogerse a la Regla de Francisco, cosa que consiguió parcialmente en 1247, con la Regla o forma de vida dada por Inocencio IV para la Orden de San Damián, por la que la Regla de San Benito era sustituida por la de San Francisco en la fórmula de la profesión, al tiempo que pasaban a ser norma legal las modificaciones autorizadas hasta entonces a las damianitas en relación con las Constituciones hugolinianas. Mas tampoco pudo Clara quedar satisfecha con la nueva regla, que no recogía adecuadamente su ideal evangélico franciscano, y autorizaba la posesión de toda clase de bienes en común; por lo que las hermanas de San Damián, haciendo valer su privilegio de la pobreza, no se sintieron obligadas a su observancia.

La Regla de Inocencio IV encontró también fuertes resistencias en algunos otros monasterios, por lo que, tres años más tarde, el mismo papa declaraba que no era su intención imponerla, ocasión que aprovechó Clara para presentar a la aprobación pontificia su propia Regla franciscana, redactada teniendo como base la Regla de Francisco y los escritos del Santo para las hermanas de San Damián. En septiembre de 1252, el cardenal Rainaldo, en su condición de cardenal protector de la Orden de los Hermanos Menores y de la Orden de San Damián, aprobó en nombre del papa, para el solo monasterio de San Damián, la Regla de Clara.

Desde hacía algunos meses la enfermedad mantenía postrada en el lecho a la Santa; haciendo temer en más de una ocasión su próxima muerte, Clara dictó su Testamento. En el proceso de canonización, las hermanas de San Damián narran un hecho prodigioso que habría tenido lugar en la nochebuena de ese mismo año: forzada la Santa a permanecer en cama, no pudo participar de la liturgia de la nochebuena; lamentándose afectuosamente de ello ante el Señor, pudo ver desde su propio lecho a los Hermanos Menores que celebraban la Eucaristía en la basílica de San Francisco en Asís, y unirse a su celebración. Es ésta la razón por la que el papa Pío XII la nombró, en 1958, patrona de la televisión.

En los primeros días de agosto de 1253, el papa Inocencio IV visitó a la Santa en su lecho de muerte, ocasión que aprovechó ella para pedir la aprobación pontificia de su Regla para la Orden de Hermanas Pobres, cosa que le fue concedida, mediante bula, el 9 de agosto. En el pergamino original, en la parte superior del mismo, se lee, escrito por el propio papa: «Hágase según se pide»; y al final del mismo: «Por las razones conocidas por mí y por el [cardenal] protector del monasterio, hágase según se pide». En el exterior del mismo pergamino puede leerse también: «Clara la tocó y la besó muchas veces».

MUERTE Y GLORIFICACIÓN

Ahora sí podía descansar en paz: paz para su débil y frágil cuerpo, y paz para su vigoroso espíritu, que buscó siempre, por encima de todo, «seguir la pobreza y humildad de nuestro Señor Jesucristo» (RCl 12), y tuvo como su mayor delicia el encuentro con Aquel de quien dice, en su última carta a Santa Inés de Praga, que «su amor enamora, su contemplación reanima, su benignidad llena, su suavidad colma, su recuerdo ilumina suavemente, su perfume hace revivir a los muertos y su visión gloriosa hace dichosos a todos los ciudadanos de la Jerusalén celestial» (4 CtaCl 11-13). En su serena y confiada agonía, se le oyó decir, refiriéndose a sí misma: «Ve segura, porque llevas buena escolta para el viaje. Ve, porque aquel que te creó te santificó, y, guardándote siempre, como la madre al hijo, te ha amado con amor tierno. Bendito seas, Señor, porque me creaste» (Leyenda 46).

Dos días más tarde, el 11 de agosto de 1253, moría Clara en San Damián, y al día siguiente era enterrada en la iglesia de San Jorge en Asís. Presidió los funerales el papa Inocencio, quien «en el momento en que iban a comenzar los oficios divinos y los hermanos iniciaban el de difuntos..., dice que debe rezarse el oficio de vírgenes, y no el de difuntos, como si quisiera canonizarla aún antes de que su cuerpo fuera entregado a la sepultura»; intervino entonces el cardenal Rainaldo invitando a la prudencia, y se dijo la misa de difuntos (Leyenda 47).

A la muerte de la Santa eran numerosos los monasterios de la Orden de San Damián -no menos de veinte en la península Ibérica-, que con la Regla de Urbano IV (1263) será en adelante reconocida como «Orden de Santa Clara».

Pocas semanas después de su muerte comenzó en Asís la recogida de testimonios para su canonización. Hasta nosotros han llegado las actas del proceso, que fueron la fuente principal para la redacción de la biografía oficial de la Santa (Leyenda de Santa Clara), atribuida al franciscano Tomás de Celano, primer biógrafo de San Francisco. En agosto de 1255 tuvo lugar la canonización de Clara de Asís en la catedral de Anagni: era la primera mujer que sin ser de estirpe regia, subía desde hacía siglos al honor de los altares. En 1260 se efectuó el traslado de sus restos a la basílica que lleva su nombre en Asís.

ESCRITOS: PROYECTO DE VIDA Y ESPIRITUALIDAD

Hasta nosotros han llegado, además de su Regla, otros escritos de Clara en su calidad de «abadesa y madre» y fundadora, como son: el Testamento, y la Bendición a sus hermanas. Se conservan también cuatro Cartas, de lo que parece que fue su numerosa correspondencia epistolar, destinadas a Santa Inés de Praga o de Bohemia, hija del rey Otocar, la cual, después de renunciar al matrimonio con el emperador Federico II, en 1234 se hizo damianita en el monasterio de San Francisco por ella misma fundado en Praga. Aunque tradicionalmente se ha atribuido también a Clara una carta destinada a Ermentrudis de Brujas -quien, conocedora de la forma de vida de las hermanas de San Damián, habría viajado hasta Italia con el propósito de encontrarse con ellas, y fundado después un monasterio bajo la Regla de Santa Clara-, la crítica actual mantiene serias dudas sobre su autenticidad, al menos en su forma actual.

Aunque se trata, evidentemente, de un conjunto breve de escritos, que tal vez no sea tal en relación con su contexto histórico, es suficientemente significativo y plural, hasta el punto de permitir introducirnos en la experiencia humana y espiritual de esta mujer excepcional.

En su Regla se sirve como base, incluso literalmente, de la Regla de Francisco, sin que por ello sea, en modo alguno, una copia de la misma, como tampoco lo es su proyecto y forma de vida. Y así, si por una parte, en dependencia directa de Francisco, encontramos definida en ella, la identidad franciscana de su proyecto y forma de vida: el seguimiento, en fraternidad, de la pobreza y humildad de Cristo, en el recinto de la familia franciscana y en la comunión eclesial; por otra parte, la Regla define también con especial acierto la originalidad e incluso audacia evangélica, la singularidad y complementariedad de la Orden de Hermanas Pobres: la vida franciscana en el marco de una comunidad monástica, igualitaria y fraterna, en la acogida, el silencio y la oración, como María, la Virgen creyente, mujer y madre. Escrita al final de sus días, la Regla de Clara es un reflejo de su larga y probada experiencia de vida religiosa franciscana, y rezuma un profundo humanismo y discreción.

Sus Cartas a Inés de Praga -a quien la Santa considera como «la mitad de su alma», pues en ella ardió la misma pasión por el seguimiento franciscano de Cristo en la pobreza incondicional, y sostuvo idéntica lucha por el «privilegio de la pobreza»- están cargadas de afecto y confianza, como expresión del papel determinante que el amor fraterno tiene en el proyecto de vida contemplativa de Clara, y son, al mismo tiempo, un eco fiel de la hondura excepcional de su experiencia espiritual y mística. Ésta encuentra su clave en la contemplación del «pobre y humilde» Jesucristo, y en el seguimiento alegre e incondicional de «sus huellas y pobreza»: «Míralo [a Cristo] hecho despreciable por ti -escribe en la segunda carta- y síguelo, hecha tú despreciable por él en este mundo. Reina nobilísima, mira atentamente, considera, contempla, con el anhelo de imitarle, a tu Esposo, el más bello de los hijos de los hombres, hecho para tu salvación el más vil de los varones» (2 CtaCla 19-20). Y como no podía ser menos, en su experiencia interior y mística tiene un protagonismo único la afectividad y el amor esponsal, de lo que dan fe las mismas cartas; como ejemplo, baste esta especie de grito que brota del corazón y la pluma de Clara en su última carta a Inés: «Dichosa en verdad, aquella a la que se ha dado gozar de este sagrado banquete [los desposorios con Cristo] y apegarse con todas las fibras del corazón a aquel cuya belleza admiran sin cesar todos los bienaventurados ejércitos celestiales» (4 CtaCla 9-10).

Un último bloque de sus escritos lo forman el Testamento y la Bendición a sus hermanas. El primero, un escrito personalísimo y en cierto sentido autobiográfico, destinado a sus «queridísimas y amadísimas hermanas, presentes y futuras», es, en primer lugar, un memorial estimulante y agradecido al «Padre de las misericordias», por la vocación y elección, y por la vida evangélica de las hermanas de San Damián; y es también la expresión de su legado: deja su gratitud a Dios y al padre San Francisco, su amor apasionado a Cristo pobre y a las hermanas de San Damián, su profunda fe y amor a la santa madre Iglesia. La Bendición, que es prácticamente un unicum en la historia del cristianismo al estar escrito por una mujer, recoge la bendición de la Santa en su lecho de muerte a las hermanas de San Damián y a «todas las demás hermanas, presentes y futuras, que perseverarán hasta el fin en todos los demás monasterios» de su Orden.

Su lucha por el seguimiento radical de la pobreza y humildad de Cristo fue tan ardiente e inquebrantable, que fácilmente lleva al observador superficial a hacer de ella el centro polarizador y la clave única de comprensión de su experiencia humana y espiritual, y de su proyecto y forma de vida, en el que la pobreza-minoridad se integra, en equilibrio armónico e interdependencia, con la contemplación, la fraternidad y la misión-evangelización por el testimonio de vida y la acogida.

Pobre y humilde, Clara es también, y de manera determinante, una mujer de intensa oración, oración contemplativa, oración de escucha de la Palabra de Dios, a la que ella, convertida por la predicación de Francisco, concede un protagonismo excepcional en su experiencia religiosa; y para que nada obstaculice la escucha atenta de la palabra, prohíbe incluso el canto de la Liturgia de las Horas, para que la preocupación estética no sustituya nunca la escucha fiel de la palabra. «Era vigilante en la oración -dicen en el proceso de canonización las hermanas que convivieron con ella-, sublime en la contemplación, hasta el punto de que alguna vez, volviendo de la oración, su rostro aparecía más claro de lo acostumbrado y de su boca se desprendía una cierta dulzura» (Proceso 6,3).

Clara es también una mujer de la penitencia, en un contexto en el que hay una verdadera «cultura de la penitencia». En esto su palabra no siguió a su ejemplo, pues si para con las hermanas y en la Regla relativiza la praxis penitencial en relación con el monaquismo tradicional, por considerar que la primera y principal forma de penitencia de las hermanas es la radicalidad de forma de vida y pobreza, sin embargo, sus penitencias fueron tales que el propio San Francisco, mediando el obispo de Asís, la obligó a la moderación, que más tarde ella aconsejó a Inés de Praga: «Mas, como nuestra carne no es de bronce, ni nuestra resistencia es la de las piedras, sino que, por el contrario somos frágiles y débiles corporalmente, te ruego y suplico en el Señor, queridísima, que desistas, sabia y discretamente, del indiscreto e imposible rigor de las abstinencias que te has propuesto, para que viviendo alabes al Señor y le ofrezcas tu culto espiritual» (3 CtaCla 38-41). Con todo, porque la penitencia brota para ella del amor a Cristo y es, sobre todo, una dimensión del seguimiento de su pobreza y humildad, del compartir sus sufrimientos y su cruz, la penitencia, esto la mantuvo al reparo de todo perfeccionismo ascético y de todo desprecio de lo material.

Clara es además una mujer de exquisita y tierna caridad, cargada de afecto para con sus hermanas, lo que, sin duda, contribuyó grandemente a aliviar el peso de la pobreza común. Siguiendo a Francisco escribe en la Regla: «Y manifieste confiadamente la una a la otra su necesidad, porque si la madre ama y nutre a su hija carnal, ¡cuánto más amorosamente debe cada una amar y nutrir a su hermana espiritual!» (RCla 8,15-16). Pero así como su clausura no es puro cerramiento y aislamiento, y su comunidad no es un gueto, sino, muy al contrario, un espacio abierto en la acogida de los de fuera, también lo es su caridad, como lo prueba el hecho de ser éstos los destinatarios de una gran parte de los «milagros» que los testigos del Proceso de canonización atribuyen a Clara.

Como verdadera seguidora de Francisco vive la verdadera alegría en medio de la pobreza, y ambas, alegría y pobreza, son dos de las grandes constantes de sus cartas a Inés de Praga: la alegría que brota de la identificación afectiva y efectiva con Cristo pobre y humilde en Belén y en la cruz, la alegría de las bienaventuranzas.

Porque entró en lo hondo del misterio humano y en el corazón del Evangelio, Clara de Asís es una llamada permanente a correr la aventura de la fe, viviendo el radicalismo evangélico con alegría y sencillez; su lucha respetuosa pero tenaz por el reconocimiento de la originalidad de su vida y misión, es un estímulo para vivir creativa y responsablemente la propia comunión eclesial; su fraternidad y minoridad proclaman la urgencia de recrear los modelos de vida eclesiales y sociales, impregnándolos de un verdadero espíritu fraterno, y de una verdadera igualdad; el mismo signo profético de la clausura de Clara es una llamada al cristiano de hoy a reconocer la propia necesidad de concentrarse en Dios y en Cristo; y su «altísima pobreza» nos habla del primado del Dios Altísimo, no menos que de la comunión en la justicia y la solidaridad con la humanidad doliente y desgarrada por el hambre, la guerra, la marginación.


Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 3, 8-14

Hermanos:
Todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor.
Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él, no con una justicia mía, la de la Ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe.
Para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección de entre los muertos.
No es que haya conseguido el premio, o que ya esté en la meta: yo sigo corriendo a ver si lo obtengo, pues Cristo Jesús lo obtuvo para mí.
Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba llama en Cristo Jesús.

Salmo responsorial: Salmo 15, 1-2a y 5. 7-8. 11 (R.: cf. 5a)
R. Tú, Señor, eres el lote de mi heredad.
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien».
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano. R.
Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. R.
Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R.


 Lectura del santo evangelio según san Mateo 19, 27-29
En aquel tiempo, dijo Pedro a Jesús:
—«Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?».
Jesús les dijo:
—«Os aseguro: cuando llegue la renovación, y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para regir a las doce tribus de Israel.
El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna».


Reflexión:

Ciertamente, San Pablo nos recuerda que  para ser  buenos cristianos  hay que desprendernos de todo, por ello, llega a considerar todo basura con el fin de ganar a Cristo en su corazón, luego entonces, el apóstol nos dice que  por fe somos salvos por la esencia de Cristo, sin embargo tenemos que despojarnos del hombre viejos que  nos ata  al pecado y vivir según la ley de Dios que es  una  ley perfecta  y justa.


Con sano criterio, el salmista nos manifiesta cómo son las bendiciones que  proceden de Dios y como el Señor  acude a los que se encomienda  plenamente en Él, haciendo el bien. 

Consecuentemente a esto, el evangelio nos  invita a dejar todo por Cristo y entender que con Jesús está nuestra salvación, por tal hecho, nos recuerda que debemos sentir el llamado de Dios y como él nos llama a ser santos. 





Viernes: 


Lectura de la profecía de Ezequiel 16, 1-15. 60. 63

Me vino esta palabra del Señor:
«Hijo de Adán,
denuncia a Jerusalén sus abominaciones,
diciendo: "Así dice el Señor:
¡Jerusalén!
Eres cananea de casta y de cuna:
tu padre era amorreo y tu madre era hitita.
Fue así tu alumbramiento:
El día en que naciste,
no te cortaron el ombligo,
no te bañaron ni frotaron con sal,
ni te envolvieron en pañales.
Nadie se apiadó de ti
haciéndote uno de estos menesteres,
por compasión,
sino que te arrojaron a campo abierto,
asqueados de ti,
el día en que naciste.
Pasando yo a tu lado, te vi
chapoteando en tu propia sangre,
y te dije mientras yacías en tu sangre:
'Sigue viviendo y crece como brote campestre'.
Creciste y te hiciste moza,
llegaste a la sazón;
tus senos se afirmaron,
y el vello te brotó,
pero estabas desnuda y en cueros.
Pasando de nuevo a tu lado, te vi
en la edad del amor;
extendí sobre ti mi manto
para cubrir tu desnudez;
te comprometí con juramento,
hice alianza contigo
—oráculo del Señor—
y fuiste mía.
Te bañé, te limpié la sangre,
y te ungí con aceite.
Te vestí de bordado,
te calcé de marsopa;
te ceñí de lino,
te revestí de seda.
Te engalané con joyas:
te puse pulseras en los brazos
y un collar al cuello.
Te puse un anillo en la nariz,
pendientes en las orejas
y diadema de lujo en la cabeza.
Lucías joyas de oro y plata,
y vestidos de lino, seda y bordado;
comías flor de harina, miel y aceite;
estabas guapísima y prosperaste
más que una reina.
Cundió entre los pueblos la fama de tu belleza,
completa con las galas con que te atavié
—oráculo del Señor—.
Te sentiste segura de tu belleza
y, amparada en tu fama, fornicaste
y te prostituiste con el primero que pasaba.
Pero yo me acordaré de la alianza
que hice contigo cuando eras moza
haré contigo una alianza eterna,
para que te acuerdes y te sonrojes
y no vuelvas a abrir la boca de vergüenza,
cuando yo te perdone todo lo que hiciste"».
Oráculo del Señor.


O bien:


Lectura de la profecía de Ezequiel  16, 59-63

Así dice el Señor:
«Actuaré contigo, Jerusalén, conforme a tus acciones,
pues menospreciaste el juramento
y quebrantaste la alianza.
Pero yo me acordaré de la alianza
que hice contigo cuando eras moza
y haré contigo una alianza eterna.
Tú te acordarás de tu conducta
y te sonrojarás, al acoger a tus hermanas,
las mayores y las más pequeñas;
pues yo te las daré como hijas,
mas no en virtud de tu alianza.
Yo mismo haré alianza contigo,
y sabrás que yo soy el Señor,
para que te acuerdes y te sonrojes
y no vuelvas a abrir la boca de vergüenza,
cuando yo te perdone todo lo que hiciste».
Oráculo del Señor.


Interleccional: Isaías 12, 2-3. 4bcd. 5-6 (R.: 1c)
R. Ha cesado tu ira y me has consolado.
Él es mi Dios y Salvador:
confiaré y no temeré,
porque mi fuerza y mi poder es el Señor,
él fue mi salvación.
Y sacaréis aguas con gozo
de las fuentes de la salvación. R.
Dad gracias al Señor,
invocad su nombre,
contad a los pueblos sus hazañas,
proclamad que su nombre es excelso. R.
Tañed para el Señor, que hizo proezas,
anunciadlas a toda la tierra;
gritad jubilosos, habitantes de Sión:
«Qué grande es en medio de ti
el Santo de Israel». R.


 Lectura del santo evangelio según san Mateo 19, 3-12

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos y le preguntaron, para ponerlo a prueba:
—«¿Es lícito a uno despedir a su mujer por cualquier motivo?».
Él les respondió:
—«¿No habéis leído que el Creador, en el principio, los creó hombre y mujer, y dijo: "Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne"? De modo que ya no son dos, sino una sola carne.
Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre».
Ellos insistieron:
—«¿Y por qué mandó Moisés darle acta de repudio y divorciarse?».
Él les contestó:
—«Por lo tercos que sois os permitió Moisés divorciaros de vuestras mujeres; pero, al principio, no era así. Ahora os digo yo que, si uno se divorcia de su mujer —no hablo de impureza— y se casa con otra, comete adulterio».
Los discípulos le replicaron:
—«Si ésa es la situación del hombre con la mujer, no trae cuenta casarse».
Pero él les dijo:
—«No todos pueden con eso, sólo los que han recibido ese don.
Hay eunucos que salieron así del vientre de su madre, a otros los hicieron los hombres, y hay quienes se hacen eunucos por el reino de los cielos. El que pueda con esto, que lo haga».

Reflexión: 

Ahora bien, el libro del profeta Ezequiel, nos muestra nuestro proceder y como con las acciones somos  guiados por caminos errados, sin embargo nos muestra como es la misericordia de Dios que se ofrece por su pueblo y se apiada por su alianza contra el pueblo. 


El salmo tomado de Isaías  nos recuerda  la  grandeza de Dios  y como su misericordia corre veloz  y aleja de  nosotros su cólera  , para que volvamos a Él. 


El evangelio nos recuerda el don de  la  pureza del Ser y como Dios santifica el servicio y como Él, suscita la santificación del cuerpo por medio del matrimonio y también por medio de  la castidad y la entrega  total del corazón a Dios  volviendo plenamente a Él. 


Sábado:


Lectura de la profecía de Ezequiel 18, 1-10. 13b. 30-32

Me vino esta palabra del Señor:
«¿Por qué andáis repitiendo este refrán
en la tierra de Israel:
"Los padres comieron agraces,
y los hijos tuvieron dentera?".
Por mi vida os juro —oráculo del Señor—
que nadie volverá a repetir
ese refrán en Israel.
Sabedlo: todas las vidas son mías;
lo mismo que la vida del padre,
es mía la vida del hijo;
el que peca es el que morirá.
El hombre que es justo,
que observa el derecho y la justicia,
que no come en los montes,
levantando los ojos a los ídolos de Israel,
que no profana a la mujer de su prójimo,
ni se llega a la mujer en su regla,
que no explota,
sino que devuelve la prenda empeñada,
que no roba,
sino que da su pan al hambriento
y viste al desnudo,
que no presta con usura
ni acumula intereses,
que aparta la mano de la iniquidad
y juzga imparcialmente los delitos,
que camina según mis preceptos
y guarda mis mandamientos,
cumpliéndolos fielmente:
ese hombre es justo,
y ciertamente vivirá
—oráculo del Señor—.
Si éste engendra un hijo criminal y homicida,
que quebranta alguna de estas prohibiciones,
ciertamente no vivirá;
por haber cometido todas esas abominaciones,
morirá ciertamente
y será responsable de sus crímenes.
Pues bien, casa de Israel,
os juzgaré a cada uno según su proceder
—oráculo del Señor—.
Arrepentíos y convertíos de vuestros delitos,
y no caeréis en pecado.
Quitaos de encima los delitos que habéis perpetrado
y estrenad un corazón nuevo y un espíritu nuevo;
y así no moriréis, casa de Israel.
Pues no quiero la muerte de nadie
—oráculo del Señor—.
¡Arrepentíos y viviréis!».


Salmo responsorial: Salmo 50, 12-13. 14-15. 18-19 (R.: 12a)
R. Oh Dios, crea en mí un corazón puro.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti. R.
Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias. R.


 Lectura del santo evangelio según san Mateo 19, 13-15
En aquel tiempo, le acercaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y rezara por ellos, pero los discípulos los regañaban. Jesús dijo:
—«Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos».
Les impuso las manos y se marchó de allí.




Reflexión:


El profeta Ezequiel nos recuerda la limpieza del corazón y dejar de lado las  malas costumbres que nos incitan al pecado, por ello, nos recuerda la  importancia de amar a Dios y al prójimo en un mismo mandamiento, además  nos recuerda las obras de caridad que Dios quiere que ejerzamos y esas  obras son las que nos llaman a la conversión, no obstante es, un llamado a cambiar nuestro proceder y ser lleno de la gracia de Dios. 

Por otro lado, el profeta nos recuerda que recapacitando nuestro proceder, podemos manifestar  la grandeza de Dios en su misericordia.

Por eso el salmo 50, nos invita a  perdon y a pedirle al Señor que  renueve  nuestro corazón y así poder  ser digno de gozar de su presencia. 


Por su parte, el evangelio nos  motiva a ser puros de corazón y entender que Dios quiere que vivamos en la  mansedumbre  para  poder vivir en el amor  así como los  niños  tener  una vida  mucho más alegre  y tranquila que  nos  hace llenos de  la  gracia de Dios.